En la serie de ciencia-ficción Star Treck se mostraba cómo la nave Enterprise exploraba la última frontera, siempre en los confines del espacio. De alguna manera era la última frontera en los límites del conocimiento, de su expansión, del mismo espacio interestelar. Sin embargo, hay otra frontera, como algunos han reseñado, en la parte más interna del microcosmos humano: la conciencia. Es bien cierto que estos dos cosmos, como conjuntos inalcanzables, están estrechamente relacionados y no sólo por su complejidad y la necesidad de uno para entender al otro, sino también por ser objetos y sujetos de la búsqueda de leyes que expliquen su funcionamiento y así poder llegar a predecir fenómenos, desde eclipses de buen inicio, hasta, aunque todavía no con la misma precisión, pensamientos, emociones y conductas.
Los hallazgos actuales a nivel de la conciencia permiten ubicar en áreas cerebrales y en circuitos que conectan núcleos y corteza las zonas activas para ciertas habilidades cognitivas, para ciertos sentimientos, emociones y conductas, incluidas aquéllas que, por desviarse en exceso, consideramos trastornos. Lo cierto es que las modernas técnicas de neuroimagen funcional (PET, fRM) y la electroencefalografía o la magnetoencefalografía con potenciales evocados rastrean esta especificidad y cada vez surgen más fármacos que pueden actuar sobre nuestra psique. De aquí el término de neuroética que puede referirse tanto a los aspectos éticos en los avances tecnológicos de la neurociencia como, todavía más sugerente, a las bases neuronales del pensamiento y razonamiento moral.
Cabe decir que tan antiguo como puedan ser los humanos, se halla el afán de ingerir sustancias que alteren nuestro estado mental, desde los hongos alucinógenos en los derivados surgidos de la fermentación, pasando por la utilización de estimulantes como la cafeína, sedantes como el alcohol o la ingesta de chocolate para mejorar el humor. Hoy todo eso se ha convertido en una gran industria que elabora productos en forma de pastillas y donde podemos encontrar desde el famoso Prozac hasta los fármacos que, paradójicamente, actúan sobre el déficit de atención e hiperactividad. No hay duda, pues, de que a la vanguardia de la neurotecnología se encuentra actualmente la psicofarmacología y los llamados nootrópicos (del griego nóos, mente).
El hallazgo que los avances actuales hacen más patente es que la inteligencia o alguna de las otras funciones cerebrales, la memoria, el estado de ánimo, los afectos, las emociones, incluso la bondad, la malicia o la capacidad de abstracción, parecen tener un funcionamiento que puede ser explicado y, entonces, manipulado; bien sea para corregir déficits o aumentar su capacidad. Esta capacidad de mejorar funciones, no a nivel motor o sensitivo que no genera tantas dudas, sino a nivel cognitivo, conduce a la cuestión candente y de difícil solución: ¿tratamiento (como corrección o paliación del déficit) o aumento de capacidad? ¿Qué significan términos como "normalidad" o "media" cuando una función puede ser aumentada en todo el rango de su capacidad?
Informatiu AATRM, nº 42, "Editorial"