Las mismas indicaciones,
pasillos intercambiables,
viajeros semejantes,
azafatas repetidas y,
el destino...
que me es indiferente.
El síndrome de Casandra es un concepto ficticio, usado para describir a quien cree que puede ver el futuro, pero no puede hacer nada por evitarlo. Su origen está en la mitología griega:
Apolo amaba a Casandra pero, cuando ella no le correspondió, él la maldijo: su don se convertiría en una fuente continua de dolor y frustración. Aunque Casandra previó la destrucción de Troya, la muerte de Agamenón y su propia desgracia, fue incapaz de evitar estas tragedias, tal era la maldición de Apolo. Su familia creía que estaba loca y, en algunas versiones, la mantuvieron encerrada en casa o encarcelada, lo que la hace enloquecer. En otras versiones, simplemente era una incomprendida.
Este mito aparece en numerosas obras posteriores, tales como:
En la literatura moderna, Casandra es a menudo usada como modelo de tragedia y romance, y a menudo simboliza el arquetipo de alguien cuya visión profética es oscurecida por la locura, convirtiendo sus revelaciones en cuentos o afirmaciones inconexas que no son comprendidas plenamente hasta que ocurre lo vaticinado.
Casandra vio en sueños el futuro.
En la sombra de una pesadilla Casandra leyó
los versos de ese poema que aún no han escrito
los dioses que, riendo, la hirieron con su maldición.
Supo del hambre y de las guerras de siempre,
de bufones celebrando el odio, bailando entre hogueras,
de despedidas y de monstruos minerales
bebiendo insaciables la savia dulce del planeta.
Casandra vio a hombres y mujeres
dormitando en sus burbujas
tras las máscaras del miedo.
Mas también vio la luz del alba
asomar por la cancela que nadie jamás abrió.
Supo que aún quedaban esperanzas,
que otros sueños la esperaban.
Casandra habló a todos de sus sueños
mas nadie la oyó.
Nadie creyó en Casandra y sus visiones
y la gente sólo vio en su augurio delirio y locura.
La condenaron a vagar perdida y sola.
Herejía es mostrar la verdad descarnada y desnuda.
Abandonada tras los años la encontró
un muchacho que andaba buscando esperanza y respuestas.
Casandra habló con pasión de sus presagios
y de la luz del amanecer brillando tras la puerta.
—Creo en ti Casandra. No estás loca.
Se besaron y en su boca florecieron madreselvas.
—Dulce Casandra, ponte de pie.
—Yo te he conocido antes. Quizá te soñé.
Hay quien duda ya y cree en la leyenda.
Juntos buscarán la puerta.
Dulce mañana.
Yo, no se tú...
creo en Casandra.