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Posteriormente, a unas monjas del convento de Guajaca se les ocurrió agregarle azúcar al preparado de cacao, y ese nuevo producto causó furor, primero en España y luego en toda Europa.
En esos tiempos, mientras la Iglesia se debatía sobre si esa bebida rompía o no el ayuno pascual, el pueblo discutía acerca de cuál era la mejor forma de tomarlo: espeso o claro.
Para algunos, el chocolate se debía beber muy cargado de cacao, por lo que preferían el chocolate espeso, o sea, "a la española"; para otros, el gusto se inclinaba por la forma "a la francesa", esto es, más claro y diluido en leche.
Los ganadores, finalmente, fueron los que se inclinaron por el chocolate cargado, por lo que la expresión las cosas claras y chocolate espeso se popularizó en el sentido de llamar a las cosas por su nombre.
El chocolate por tanto no solo es saludable, estimulante y aliado de la memoria, además es un filósofo de la vida. Llamemos a las cosas por su nombre, sin olvidar que algunas para que puedan ser realmente comprendidas debemos, además, sentirlas.
2 comentarios:
¿Y por qué nos cuesta tanto a veces decir las cosas claras?
Igual es que en ocasiones nuestra mente está como el chocolate: espesa
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