domingo, 8 de febrero de 2009

...y el chocolate espeso (Let’s get things clear!)

Cuando desde América, el monje español fray Aguilar envió las primeras muestras de la planta de cacao a sus colegas de congregación al Monasterio de Piedra, para que la dieran a conocer, al principio no gustó, a causa de su sabor amargo, por lo que fue utilizado exclusivamente con fines medicinales.

Posteriormente, a unas monjas del convento de Guajaca se les ocurrió agregarle azúcar al preparado de cacao, y ese nuevo producto causó furor, primero en España y luego en toda Europa.

En esos tiempos, mientras la Iglesia se debatía sobre si esa bebida rompía o no el ayuno pascual, el pueblo discutía acerca de cuál era la mejor forma de tomarlo: espeso o claro.

Para algunos, el chocolate se debía beber muy cargado de cacao, por lo que preferían el chocolate espeso, o sea, "a la española"; para otros, el gusto se inclinaba por la forma "a la francesa", esto es, más claro y diluido en leche.

Los ganadores, finalmente, fueron los que se inclinaron por el chocolate cargado, por lo que la expresión las cosas claras y chocolate espeso se popularizó en el sentido de llamar a las cosas por su nombre.

El chocolate por tanto no solo es saludable, estimulante y aliado de la memoria, además es un filósofo de la vida. Llamemos a las cosas por su nombre, sin olvidar que algunas para que puedan ser realmente comprendidas debemos, además, sentirlas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Y por qué nos cuesta tanto a veces decir las cosas claras?

Fernando dijo...

Igual es que en ocasiones nuestra mente está como el chocolate: espesa